viernes, 9 de septiembre de 2022

LA TIERRA MÁS LEJANA: DEL CAOS A LA ESCRITURA

 La tierra más lejana (1955), Alejandra Pizarnik. Editorial Lumen, Bogotá, D. C. Colombia, 2015, págs. 7-34.

mis ojos? / ah! trozos de infinito.

Con la Poesía completa de Alejandra Pizarnik me resultó muy difícil acoplarme, probablemente venía acostumbrado al ritmo de la narración. En cada poema me detenía, me dejaba perplejo, no por haber descubierto ciertos significados, sino por lo oscura y caótica, hermética y apoteósica, sencilla y envuelta en su lenguaje conceptual. Tuve que hacer un alto en el camino, tenía pequeños datos de que se había quitado la vida, así que me dije, —sería conveniente ver con detenimiento algún documental—. Ya con esta ventana abierta hacia sus entrañas logré adaptarme, no completamente, pero sí tomando como referencia ciertos capítulos de su trasegar para poder digerir de forma ligera su mundo.

Sería muy osado intentar resumir en unas cuantas páginas su obra completa, puede que los temas sigan orbitando cada vez con mayor profundidad, no obstante, consideré la idea de que cada poemario fuera reseñado para seguir un hilo conductor. En este caso concreto destacaré algunos temas que desde los estados de ánimo pude percibir en La tierra más lejana, el caos, la tristeza, el tiempo, la escritura y los recuerdos.

Los contrastes son bien fuertes, desea apoderarse del mundo, pero se ve atrofiada por el tiempo, y parece que toma parte de este para situarse a sí misma, en el poema exactamente, como las hojas de los árboles los versos se sitúan para ser el poema , ha logrado poner un poco de orden al caos, ese que siempre nos acompañan. Así lo hace ver en Reminiscencias: “el tiempo estranguló mi estrella / la sombra de mi sol tritura la / esfinge de mi estrella”, está atada, mancillada por el caos y el tiempo, por el desasosiego, por los recuerdos, por la nada.

La tristeza la lleva a cuestas, de eso no hay duda cuando nos dice, “mis pupilas oscuras piedras caídas”, y de nuevo el tiempo y la noche, el único estado en el que puede estar en paz consigo misma a la manera de Penélope, “la noche desanuda su bagaje”. A Pizarnik le resultaba convulsivo el día, la cotidianidad. Hay un poema que llamó mi atención por la intensidad en la que el sol fijaba su sombra como si este fuera un fragmento de las mismas sombras en consonancia con la oscuridad.

A mi modo de ver, considero que en La tierra más lejana hay una estrecha relación entre el tiempo y el caos, parece que las distensiones se decantan en la misma poesía como su manera de ser y de enfrentar un monstruo que está al acecho, en constante apogeo con su escritura, con su posición frente al mundo, existiendo sin escatimar lo que le parece extraño, monótono, oscuro a pesar de la luz, a pesar de los días, a pesar de su devenir. A esta relación se suman la soledad como su impronta personal, por eso puede asumirse a sí misma: “las voces se elevan queriendo matizar las aspiraciones de soledad a que obligan los espacios”, de otro modo sería imposible converger, coexistir si no fuera a través del poder que le ofrece la noche, aquella secuela del caos impregnada como una cicatriz, la única que le hace cada vez más fuerte.

martes, 30 de agosto de 2022

PERDIDO EN SU LABERINTO

 Retrato de un artista adolescente, James Joyce. Libros Hidalgo, Bogotá D. C. Colombia, 2013, 264 p.

“No me evoques encantos que se van”. Stephen Dédalus.

Cuando uno se acerca a un libro recomendado por alguien, por esos maestros que despertaron la curiosidad profunda, siempre se hace con la expectativa de poder recorrer punto por punto cada uno de los detalles como, por ejemplo, de que son mundos totales. A simple vista parece fácil, pero una vez me acerco a estos mundos me encuentro dejándolos por la complejidad que implica tratar de digerir cada detalle, cada palabra, situaciones que son inexplicables como estar de repente dialogando en un bar a presenciar un sepelio y, de hecho, es lo poco o nada que recuerdo, como si se estuviera en un sueño, sin lógica, sin orden, sin sentido. Abandono la idea de continuar con la lectura de Ulises porque me resulta imposible comprenderla.

Sin embargo, me llama la atención consultar algunos detalles de la vida de Joyce, el autor de la obra literaria, me detengo a leer a ver qué pistas encuentro y me hallo con dilemas tan complejos como la propia decisión de su autoexilio y el no poder encajar dentro de una sociedad que a simple vista (sin intenciones de profundizar) no le corresponden, el tema puede ser tan sencillo como complejo: religión. Vuelvo al inicio del libro y me encuentro con una parodia sacrílega y después de leer cuanto artículo encuentro sobre este, y con todas las temáticas que aborda, al fin encuentro la forma más sana de acercarme, desde el inicio.

Esto significa que no lo podré afrontar, primero, porque no se puede leer mentalmente, hay que hacerlo en voz alta, se necesita mucha concentración y un ambiente que yo encuentre apacible y familiar, por supuesto, que ya lo había iniciado en voz alta, pero me confundían los cambios drásticos de personajes, diálogos, lugares y narradores, y segundo, su forma de escritura es un caos, quiere experimentar con el lenguaje, algo difícil para alguien que es un tanto ordenado, pero muy introspectivo y amigo de lo onírico, así que ya tenía dos herramientas a favor, el monólogo y lo absurdo.

Volviendo al acercamiento desde el inicio implicaba leerme antes dos libros más, con el primero, Dublineses, me encontré con algunas características que he mencionado, aunque sólo en el último cuento. Me propuse ver la película para lograr digerir su argumento, y si bien no logré comprenderla toda, por lo menos ya me había hecho a la idea de estar en una larga introspección con el personaje: una noche fría después de una larga cena (otro dilema para no morir en el intento con las reuniones burguesas - aristocráticas y sus largos diálogos, no fue difícil, ya me había acostumbrado a Carlos Swann y Odette en Por el camino de Swann), ya me imaginaba observando la ventana mientras el personaje discurría su monólogo.

No obstante, fue con esta lectura, Retrato de un artista adolescente que terminaría por descubrir la verdadera forma de escritura del autor (bueno, sólo una parte). Cuando tuve el libro en mis manos me pareció que iba a ser muy fácil, me decía a mí mismo, —debe ser algo de jovencitos—, ya iba leyendo la segunda página y no logré conectarme con este, qué desconcierto, seguramente tomé otra obra y quedó rezagado en la estantería otros dos años. De nuevo el desorden, era desconcertante, no tenía ni idea quién comenzó realmente la narración: diminutivos, una canción de cuna, algunos datos sobre parte de la familia y unos niños en un partido de críquet. Los cambios de narradores fueron los más abrumadores al punto de ser los dos uno mismo, una vez resuelto el dilema no me volví a fijar en este. Me llamaron la atención la imaginación del niño, su capacidad de discurrir ante su propia muerte y la capacidad de evocar detalles de otra larga cena en el que el tema volvía a ser la religión. Como es una novela semiautobiográfica bajo un alter ego comprendí el porqué del tema. Ahora había empezado a atar algunos cabos.

Otro hecho que me llamó la atención fueron las múltiples “revelaciones” que se iban dando con el personaje a medida que finalizaba cada capítulo. Los tres primeros muy interesantes. Stephen Dédalus se convierte en héroe al denunciar al padre Dolan ante el rector por haberle maltratado, en el segundo, descubre que desea pecar con alguien de su misma especie para culminar con la expiación del pecado más santo que nunca, en el cuarto ya me había perdido de nuevo, así que tuve que retroceder la lectura, la cuestión es que la carne es débil por mucho que esté inhibiendo sus deseos más profundos, aclaro que en esta revelación una mujer al igual que un ángel, pero sin ningún contacto, da por sentado que no será sacerdote y, bueno, los significados van mucho más allá.

El último capítulo es clave y tan extenso como el tercero, pero más complejo, porque nos encontraremos con el joven universitario, siempre al margen de todo el bagaje que implica la formación de un jesuita, con todas sus contradicciones, por decirlo así, disidente de sus clases en la universidad y en pro de ser un gran revolucionario. Muchos detalles que se me escapan y que intento recordar, ya que a lo largo de la novela de aprendizaje Stephen Dédalus tenía dotes literarias y ya había ganado un premio (segundo capítulo), defendía a capa y espada a Lord Byron, era muy enamoradizo desde que tenía dieciséis años, además de las disertaciones sobre el Arte. Una que recuerdo mucho fue la del canasto en una plaza y cómo allí en medio de esa escena se puede determinar aquello que los artistas definen como “Belleza” y que consiste en fijar la atención única y exclusivamente en el objeto que se quiere contemplar (lo estático, en mis términos).

No en vano es un fiel retrato de un artista, y es que desde niño ya percibía el sonido de los balones desde una perspectiva no muy usual haciendo eco en su mente, tampoco sentía encajar con los demás compañeritos, otro aspecto que dejé olvidado es la capacidad de intuir los problemas económicos alrededor de la familia lo que hace que se traslade a otro colegio.

La última revelación hace que su vida tome un giro inesperado, está enamorado, pero se desencanta al descubrir que su pretendida está coqueteando con uno de los profesores de la universidad, aun así, da rienda suelta para profundizar sus dotes de escritor con una “Villanella”, de la que tuve que investigar para saber qué era. El poema es muy diciente y me llamó mucho la atención por la forma como termina, esta es la razón de la cita después del título. Es probable que sea esta decepción junto con la idea de su madre de tomar los hábitos que exprese decididamente partir. El final es tan emotivo que se nos revela parte de un diario del artista, como siempre, rompiendo drásticamente con el hilo de lo que con antelación es la confesión con uno de sus mejores amigos, sólo que en esta ruptura ya no me perdí como al inicio del primer intento por leer el Retrato de un artista adolescente.

A modo de conclusión somera, la lectura de este y sus otros libros pueden resultar un total desastre si no tenemos en cuenta lo que puede significar estar perdido en un laberinto, y es apenas entendible por qué eligió el nombre para el personaje principal. Creería que hasta para enfrentar cualquiera de sus lecturas es ya encontrarse a la deriva, al principio como he contado en la experiencia de leer el Ulises pensé que sería displicente no guiarme por sus otras dos entradas, Dublineses y Retrato de un artista adolescente. Ahora, quien haya tenido una excelente formación en la lectura probablemente le resulte innecesario, cuestión de asumir el reto. Respecto al personaje, Stephen Dédalus, que vuelve a ser protagonista en Ulises es de por sí todo un laberinto, lleno de contradicciones, dudas y hasta desasosiego, la misma isla, como en el mito de Ícaro y Dédalo, ya era para Stephen Dédalus un callejón si salida, por lo que no es gratuito que tanto en la historia como en su propia vida, la del propio Joyce, decida abandonarla para siempre. Desde el argumento también todos son intentos, manifestaciones o en términos más técnicos, epifanías, es como si alzara el vuelo para luego caer después de cada intento, el quinto será decisivo, ya no habrá vuelta atrás. Desde esta perspectiva es posible asumir que al igual que Dédalus todos nos encontremos en un constante vuelo por salir de nuestros propios laberintos, los que no asumimos, los que asumimos a medias, los que dejamos atrás y los que retomamos porque después de todo esa es la condición humana: vivir.

LA TIERRA MÁS LEJANA: DEL CAOS A LA ESCRITURA

 La tierra más lejana (1955), Alejandra Pizarnik. Editorial Lumen, Bogotá, D. C. Colombia, 2015, págs. 7-34. mis ojos? / ah! trozos de infin...